bar


En el bar de la esquina. Dónde el humo funde la escarcha que lame los cristales, dónde los lazos más fuertes que unen a los unos con los otros es el hilo que se escapa de un abrigo roído por las penas y va a parar al asiento de unos guantes sin dueños que beben por el anular, por si el vaso estuviese roto y quedara a modo de alianza, dándose así por casado con el alcohol.

En el bar donde por pequeño que sea siempre hay sitio para uno más, donde los licores siempre están por la mitad y un perro sin dueño llora a tus pies por si por piedad, misericordia o por lo incomestible del plato, le tocara una pequeña porción.


En ese bar, donde la música suena sin razón y pocas veces suena la campana de propina.
Donde la felicidad es algo tan pocas veces nombrado que cuando se hace, todo el mundo se gira a ver si ha escuchado correctamente.

No sé como, mis pies me guiaron hasta ese bar. Entré frío y con miedo, predispuesto a recibir malas miradas, me dirigí directo a la barra. Mi estomago aullaba por hambre que el tequila, por supuesto, no fue capad de calmar.

Entre trago y trago de alcohol, y con la mente cada vez más turbada, empecé a imaginarme la vida del resto de borrachos del bar.

A mi derecha un señor cuyas dimensiones no sabría plasmar. Tenía en la mesa, al menos diez vasos vacíos que, por el color de su nariz y los pequeños tambaleos de su silla, adiviné de alcohol de no baja graduación.

A mi izquierda, una señora tan sumamente enjuta y chupada que tuve que resistir las ganas de alargar la mano y tocar su cara, por comprobar que lo que tenía por pómulos era piel y no puro hueso. Por lo demás era una señora “normal” claro que habría que pasar por alto el hecho que en vez de ir pidiendo poco a poco compró directamente una botella de ginebra que ya estaba apurando.

Detrás de mi había cuatro mesas, dos de ellas vacías y las otras dos como si lo estuvieran, en la más cercana a mí, un jovenzuelo de apenas treinta años, revolvía el café con tal lentitud y desgana que me entraron ganas de levantarme y enfriárselo yo.

El otro hombre, miraba a la ventana empañada, vestía de traje, bufanda y guates. Era joven, tendría veinte o dieciocho años, ¿Qué diablos hacía un chico como él en un antro como este?

Sus ojos, que escudriñaban la ventana como intentando leer el futuro en la sucia escarcha, hacían varios viajes al reloj de la pared del fondo, y por la carita de perro hambriento que ponía cada vez que veía pasar el minutero intuí que esperaba a alguien.


Dieron las dos de la madrugada y con cierta dificultad me dispuse a pagar. Le di la cartera al camarero que de buena gana cogió él mismo el dinero debido. Y que sorpresa la mía al ver al gordo con la enjuta dando vueltas como locos y riendo desgracias. Al pobre muchacho con sonrisa despreocupada mirando, curioso, los estrados de la edad y el alcohol en sus mayores. Y ante todo, lo más chocante, ver como tras tomarse el café de un solo trago, helado a la fuerza. Un treinteañero, muy posiblemente recién despedido, salía de aquella taberna como camarero.

Y pensé que esta bien llorar por lo que no viene o reírse de lo que se va.
Que nunca está de más hacer una visita a un lugar que no conoces. Que las cosas cambian, para bien o para mal. Que cuanto más alcohol en sangre antes recuerdas lo estúpido y efímero de los problemas de uno. Y que una cosa es segura. Tras la borrachera, una resaca de caballo, tras la resaca una promesa. Tras la promesa, una nueva borrachera.

Comentarios

Anathema ha dicho que…
Muy buen texto.

Me ha gustado mucho.
Unknown ha dicho que…
Dios, como admiro tu manera de expresarte cuando escribes, es increible.
Me a encantado ^^
Besos wapo
Anathema ha dicho que…
^^ tranquilo, seguiré escribiendo, estaba harta del fotolog... bueno más que de eso de la gente que hace los comentarios. Asi que aqui estoy. He estado leyendo más subidas tuyas, y son muy bonitas, tienes una capacidad increible para expresarte!!!

Espero que no te moleste.

Un saludo!
Valkyrie ha dicho que…
nee yuu, simplemente, te quiero.


y me ha gustado mucho el texto.

xxx

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